En su edición del 19 de mayo de 1917, el diario Clarín publicó una interesante nota sobre la temática del suicidio donde se afirmaba que la “Argentina se ubica en tercer lugar entre los países de la región por su tasa de suicidios, con 14,2 muertes por cada 100.000 habitantes y está entre las naciones con mayores tasas a nivel mundial de acuerdo con el último informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), agregando que la misma era una evaluación que preocupaba al entonces Ministerio de Salud de la Nación, el cual al año siguiente bajaría su rango, convirtiéndose en Secretaría de Salud bajo la órbita del Ministerio de Desarrollo Social.
Una aproximación al dato numérico de esa tasa matemática de 14,2 muertes por cada 100.000 habitantes, nos llevaría a identificar a cada uno de los sujetos suicidas, a sus nombres, a sus circunstancias, al porqué de ese acto deliberado de quitarse la propia vida. Se sabe que los hombres son más proclives que las mujeres y que hay mayor probabilidad de que aquellos escojan métodos violentos, como por ejemplo dispararse un tiro. Y que casi siempre logran su fatal objetivo.
También es sabido, que entre las variadas causas que motivan un suicidio, una es estar atravesando por una situación altamente estresante. Lo cual también puede motivar cambios significativos previos en la conducta hasta que el suicida asume finalmente que ese desesperado salto al vacío es la única salida posible.
En nuestra historia argentina encontramos resonantes casos de suicidio como los de Leandro N. Alem, Lisandro de la Torre, Leopoldo Lugones, Alfonsina Storni, Marta Lynch, Gregorio Selser, Alejandra Pizarnik, René Favaloro, José Genoud, Juan Castro, Julio de Gracia, Gianni Lunadei, Leonardo Simons, Daniel Mendoza, Alfredo Yabran, entre tantos y tantos otros. Hasta Osvaldo Raffo, que fuera perito de parte de Sandra Arroyo Salgado, viuda del ex fiscal Alberto Nisman, se quitó la vida. Casi todos esos casos concitaron aprensión y sorpresa y más aún, pese a las evidencias del hecho acontecido, sus trágicas muertes continúan guardando un halo de misterio. Aun así, aceptamos socialmente que hayan preferido quitarse la vida a continuar con lo que estaban (padeciendo y) viviendo.
Por ello, si no terminamos de aceptar que la muerte por suicidio del fiscal Alberto Nisman, fue lo que fue, y no lo que quisiera un sector social que fuese, bien podríamos ponernos a considerar todos y cada uno de los casos de suicidio sucedidos en nuestro país. Y tal vez los argentinos logremos bajar ese 14,2 por 100.000 a un porcentaje muchísimo menos preocupante.
José Acosta Díaz